La corrección de estilo no cambia TU estilo

Cuando me llegan solicitudes de presupuestos, muchos autores recalcan (hasta con mayúsculas) que no quieren/necesitan una corrección de estilo «porque yo tengo el mío y no quiero que lo cambies». Ay, si a las correctoras nos dieran un euro por cada vez que leemos o escuchamos esta frase… Señoras, caballeros, la corrección de estilo no cambia TU ESTILO: mejora tu texto, que es lo que tiene que hacer, pero eso tan sagrado no lo toca. El objetivo es eliminar errores y ayudarte a que expreses mejor tus ideas y se lo pongas fácil al lector.

Entonces, ¿qué puñetas es una corrección de estilo?

Para ser breve, una corrección de estilo tiene como objetivo principal que tu texto (y me da igual que sea una novela o cualquier tipo de no ficción) sea fácilmente digerible por el lector. Porque todos escribimos con un lector en mente, ¿verdad? (Si contestas que no, hay algo que no estás haciendo bien). Eso no significa que el texto tenga que ser tan simple que parezca dirigido a niños de Primaria (excepto si, efectivamente, va destinado a menores de doce años), sino que se ajuste a las características de ese lector imaginario e ideal.

El lector o la lectora ideal no existe, pero la correción de estilo te ayuda a acercarte a ese unicornio dorado.
El lector o la lectora ideal no existe, pero la correción de estilo te ayuda a acercarte a ese unicornio dorado. Foto de Senivpetro para Freepik.

Por eso, las correctoras tenemos que tener muy claro cuál es el propósito de ese texto. No es igual un texto publicitario que una novela juvenil. El lenguaje es el mismo, sí, pero tiene sus matices. También, a quién va dirigido, su público. Una novela escrita por un autor latinoamericano mantendrá expresiones que en España ya no se emplean o términos que aquí pueden sonar chocantes. Y, claro, no se escribe igual para todos los medios: un blog no es un libro divulgativo (o quizás sí; depende del tono que ambos manejen).

Los errores de estilo que lastran tu escritura


Expresiones redundantes

Sus ojos la hacían parecer una gata felina. En plena resaca, el techo de mi alcoba daba vueltas en forma circular sobre mi cama. Pues, claro, no queda otra. (Pero en la cabeza del escritor sonaba maravilloso).

Palabras superfluas

«El más valioso de todos los talentos es no utilizar nunca dos palabras cuando una es suficiente».

Thomas Jefferson

Las frases recargadas son la cruz de los escritores noveles. Directo y al grano. La escritura gana en fuerza y en nitidez.

Párrafos interminables

Claro que es posible escribir un libro buenísimo con párrafos que ocupen páginas y páginas, pero, seamos sinceros, es posible que aburran al lector, que haga una lectura en diagonal a la caza de un punto y aparte, de una línea de diálogo. ¿Por qué? Porque el cerebro necesita una pausa para asimilar la información y si no se estructura visualmente (una idea = un párrafo) se desconecta de la lectura.

Hay muchos manuales que intentan dar con la longitud adecuada. ¿Es mejor usar párrafos de hasta cien palabras o de no más de ciento cincuenta? Pues no sé. Hay ideas que requieren de veinte palabras para ser expresadas y otras que apenas se explican en trescientas.

Frases excesivamente largas

Un escritor debía poseer, decía Hemingway, «a built-in bullshit detector»: un detector innato de palabrería, según cuenta Antonio Muñoz Molina en un artículo que publicó Babelia. El español es un idioma al que le gusta el barroquismo, esto es así, y conseguir depurar el estilo no es fácil. Pero de ahí a encadenar frases de setenta palabras con una subordinada tras otra hay un mundo.

Hay un estudio del American Press Institute que cita la formadora de escritores Anne Wylie en su blog que dice que el lector medio solo comprende el diez por ciento de la información en frases que exceden las 43 palabras. Si tenemos en cuenta, además, que las palabras en inglés suelen ser más cortas…

Ojo, una frase larga puede ser una auténtica maravilla, por supuesto, y absolutamente necesaria. Pero no siempre es el caso. Pregúntate si puedes decir eso mismo con frases más cortas. La respuesta suele ser sí. Dale ritmo, mezcla frases simples con otras más complejas, intenta reflejar con ellas la acción que estás narrando.

Ah, y usa los conectores discursivos. Conectan una frase con otra, una idea con otra, permiten exponer consecuencias, argumentar, reformular. Es decir, consiguen que un texto no suene como un telegrama.

Demasiadas palabras largas

¿Por qué usar modalidad cuando modo es una palabra tan bonita y tan correcta? Nos encontramos con textos llenos de palabras que, sin ser erróneo su uso, sí lastran la lectura. Puede ser por inadecuación al tono del texto, a la personalidad del personaje, a un afán excesivo de demostrar el control del vocabulario, pero… chirrían. Problemática por problema, posicionar por poner, esférico por balón

La plaga de la sustantivación

Abusar de la sustantivación es feo y suena muy poco natural. No eres mejor escritor por llenar tu texto de palabras ampulosas para darle más importancia. Si la frase se puede reescribir con un verbo sencillo, mejor que mejor. Ejemplos hay muchos, a diario, en los medios, en un escrito de un abogado, en un texto de divulgación. ¿Por qué decir «la ingesta de comida» cuando es más sencillo «comer»?

O igual de mala: de adjetivos

Los adjetivos cumplen un papel muy concreto: modificar al sustantivo al que acompañan denotando cualidades, propiedades y relaciones de diversa naturaleza. Pero es necesario que, además, sean precisos (estar triste es mucho mejor que estar desolado), que solo se empleen los necesarios (sí, a veces nos salen en parejas —«una pintura vibrante y dinámica»—) y que se coloquen en su posición natural.

Es español, lo natural es que se coloquen detrás del sustantivo al que califican («una noche oscura»), pero antepuestos a él tienen un sentido explicativo («una oscura noche» da a entender que esa, precisamente, es más oscura que otras) y se utiliza más con fines poéticos. Pero no es lo mismo decir «un pobre hombre» que «un hombre pobre», «cierta noticia» no es igual que «noticia cierta», ni una «mujer sola» equivale a «una sola mujer».

Muletillas, tópicos y palabras comodín a todo trapo

«Nunca uses una metáfora, símil u otra figura retórica que estés acostumbrado a ver por escrito».

George Orwell

Nos hemos acostumbrado tanto a escuchar tópicos que ya ni les prestamos atención. Hablamos de que Fulanita tiene «una carrera meteórica», que es «muy amiga de sus amigas» y que viaja «a lo largo y ancho del planeta». Hay que usarlos con mesura. Con MUCHA mesura. Y, por supuesto, bien escritos. No recibas a nadie en olor de multitudes, por favor.

Las muletillas funcionan muy bien en el lenguaje oral (las usamos, conscientemente o no, para ganar unas décimas de segundo antes de seguir hablando), pero en narrativa molestan. No si las utilizas para caracterizar a un personaje, pero tampoco es necesario abusar.

Asimismo, hay que evitar las palabras comodín, esas que no dicen nada de tan vacías. «Cosa», «poner», «algo»… son imprecisiones léxicas que se solucionan con un ratito de pensar.

Por si no me has entendido, te repito esta idea

El lector no es tonto, te lo aseguro. Es perfectamente capaz de recordar lo que le has explicado páginas atrás. Puede que te perdone si sabes exponer la información de formas muy diferentes y existe coherencia en el texto, pero si repites la idea en el mismo párrafo o en el siguiente… es posible que se acuerde de todos los santos. Y eso no es bueno.

Las frases no se organizan tirando elementos desde un quinto piso

A nuestro cerebro le encanta lo previsible. Lo disfruta, lo saborea, pasa por la rutina sin espantarse. Pero cuando algo se descoloca, sufre. El orden lógico del español para una frase simple es sujeto, verbo, complemento directo, complemento indirecto y complemento circunstancial. Sin embargo, a veces, jugar a recolocar las piezas produce frases tan hermosas como esta: «Volverán las oscuras golondrinas a tu balcón sus nidos a colgar».

Concordancia, leísmos y laísmos, tiempos verbales y preposiciones que faltan (o sobran)

Es muy fácil que incurras en problemas de concordancia entre sujeto y verbo y que no te suenen mal. El cuarenta por ciento de los vecinos votaron en contra. No, la concordancia se hace con el núcleo del sintagma (el cuarenta por ciento), no con sus complementos (de los vecinos).

Los leísmos, laísmos y demás familia son problemáticos para todos. Sí, para todos. Nosotras también dudamos, por supuesto. Tampoco ayuda mucho que la RAE diga que «se tiende a», porque eso no es una regla fija. Pero sí, hay miles de casos en los que ese «lo» es un «le», o al revés. Y aunque a ti no te suene mal (hay zonas más propensas a ser leístas que otras), lo está.

Asimismo, hay construcciones semánticas que tienen estructuras fijas. Por ejemplo, en español se distinguen tres tipos de oraciones condicionales dependiendo de si la oración subordinada manifiesta posibilidad, probabilidad o irrealidad. Así, pueden ser reales, potenciales o irreales. Esta clasificación se plasma en la construcción de los enunciados, pues en cada caso debe usarse una combinación de tiempos verbales diferente.

No nos olvidemos tampoco de que hay verbos y estructuras que rigen preposición. Y que caer en el queísmo (o en su contrario, el dequeísmo) es mucho más fácil de lo que nos imaginamos. Puedes echar un vistazo aquí, que Caja de Letras lo explica maravillosamente.

Sin haberlo deseado, me ha salido un pareado

Las rimas y las cacofonías (la repetición innecesaria del mismo sonido en una frase) son errores a evitar. Normalmente, al leer en voz alta somos capaces de detectar esos sonidos repetidos. Sí, hay veces en que esas rimas se dan por las desinencias verbales (los morfemas flexivos que nos dicen la conjugación a la que pertecene el verbo, el tiempo y el modo), pero se pueden solucionar con sinónimos o modificando la estructura de la frase. Y, sí, tu cerebro no las ve, no las escucha, porque está acostumbrado a tu forma de expresarte y a ese texto en particular. Pero una correctora no tiene esa pasión, y por eso nos es más fácil detectar este error.


Ya ves, nada de esto cambia TU estilo ni tu forma de escribir, pero solucionar estos problemas en tu texto permite que brille, que fluya solo y que el lector lo disfrute. Pero si quieres estar seguro de si necesitas o no una corrección de estilo, pide una prueba a una correctora de un par de páginas. Es posible que te sorprendas cuando recibas el documento lleno de marcas y subrayados de diferentes colores junto con la solución a ese problema o una sugerencia de mejora. Porque ese es nuestro papel y no otro: ayudarte a mejorar.


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